-
Repítame como ocurrieron los hechos, por
favor.
-
Señor inspector, no piense usted pillarme en falta ni que me desdiga, los
hechos ocurrieron tal y como se los he contado. Con la verdad en mi boca, no
cabe tal posibilidad, pero, dado que ese es su gusto, los relataré de nuevo.
No
niego que tengo amores con la mujer de mi amigo, ni tampoco que yo lo maté.
Pero ni homicidio, ni mucho menos asesinato, defensa propia y nada más.
-
Veo que comprende muy bien la diferencia, prosiga.
- Me encontré con mi amante en su domicilio. La
mala fortuna quiso que su suegra, vecina suya, llamara a la puerta. Presuroso,
abandoné la casa por la puerta trasera, olvidando el cinturón con mis iniciales
grabadas en la hebilla. Cuando me dí cuenta ya había saltado la tapia, así que
rodee la casa esperando que la vieja se marchara. Como eso no sucedía y me era
comprometido estar acechando en una esquina, fui a mi casa. Cabían
dos posibilidades; que Rosa encontrara el cinto y lo guardara, o que fuese
Jesús, lo que sin duda traería complicaciones.
Una hora más tarde llamé por teléfono. Descolgó Jesús. Al oír su voz, colgué yo
a su vez sin exhalar un aliento siquiera. Estaba nervioso, así que, salí y me
puse a cortar leña para la chimenea mientras pensaba en la disculpa que le
podría dar.
No
había transcurrido media hora cuando Jesús, pistola en mano y cinto en la otra,
se presentó. Estaba fuera de sí, insultándome y mostrando el cinturón en alto
como prueba del delito, me dijo…
- Explícame,
maldito cabrón, que hacía esto entre el colchón y el tablero inferior de mi
cama.
-
Traté de calmarlo y le ofrecí un poco de meperidina. Sus pupilas se dilataron y
supe que iba a disparar. Entonces esquive hacia la derecha, y levantando mi
hacha, lancé un golpe de defensa, casi con los ojos cerrados, y que
desgraciadamente le acertaron en mitad del cráneo. Luego llamé a una ambulancia
y a ustedes. Eso es todo.
-
Bien, espere un momento, he de contrastar algo.
-
¿Podría fumar?
-
¿Acaso no sabe que está prohibido?
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¿Ya lo habéis escuchado, qué opináis?
-
Todo parece concordar, ¿no cree jefe?
- ¿Ha
modificado en algo ella su versión?
- No. Creo que no está
implicada, que nada sabe al respecto del cinturón y tampoco si el marido se
llevó una pistola, pero que tras recibir una llamada, no sabe de quien, le
pidió una bolsa, que entró en la habitación y se marchó.
- ¿Había estado él con
anterioridad en la estancia?
-
Si. Debió encontrar la prueba del engaño, pero nada dijo. La bolsa sería para guardar
la correa, pues las armas que tiene en el armario están todas en sus fundas, a
excepción de la encontrada en el lugar de los hechos.
-
Le toca jefe.
-
Mi intuición me dice que el enfermero no es trigo limpio. Parece que tiene bien
estudiada la diferencia entre las acusaciones que se pudieran dar contra él. Le
estaba proporcionando narcóticos, y, ¿cómo es posible, que un tirador de élite
marre un tiro a tres metros?
Aunque es pronto, he aquí mi hipótesis: Creo que
el amante sabía donde guardaba las armas, que estaba esperando la oportunidad,
y que ésta se dio. Dejó el cinturón y salió por la puerta que da al huerto. Luego,
fiando en la suerte, esperó que el marido lo encontrase y que fuese a pedirle
explicaciones. Cuando llegó, le asestó el golpe, sin más. Hizo un disparo al
aire y le colocó la pistola sustraída.
Hay que buscar la bala, comprobar la
trayectoria, detección de residuos en las manos de ambos, unos guantes, la ropa que llevaba puesta, y si
existe otro móvil aparte del sexual. Si el enfermero no tiene residuos, cosa
probable, y el difunto si, la cosa se complica.
-
Marido y mujer tenían desde hace cinco años, un seguro de vida de beneficio
mutuo. No es excesivamente cuantioso. La casa está a nombre de ambos. Ninguno está entrampado.
-
Bien, no parece que el dinero fuera la causa, solo nos queda la parafina y esa
bala. Bastante poco para inculparlo, así que ojo con la ropa. ¿Buscasteis huellas en la casa?
-
Ya lo hicimos, nada en el armario, pero es sorprendente que el estuche vacío no
tenga ni una huella del dueño, esto refuerza su tesis, jefe. Solamente las hay del sospechoso en la puerta
que da a la terraza y huerto, y en una banqueta, que debió colocar para auparse
al muro.
- Si, pero... el supuesto suministro habitual de los opiáceos no es motivo para dejarlo aquí unos días. Bien, yo hablaré con ella ahora.
-
Una pregunta jefe, ¿si el enfermero se llevó el arma, porque no la utilizó?
- Es parte de su coartada, el disparo debía de
hacerlo el ofendido.
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Bueno, señora, puede marcharse, pero como a su amante, he de pedirle que esté loca…
-
¿Ha dicho… mi amante?
-
Perdón, no quise ofenderla…
-
Pues me ha ofendido. Yo no soy la amante de nadie, pese a todo, quería a mi
marido y jamás le engañaría.
-
Luis, el enfermero, nos ha dicho que usted y él eran amantes. ¿No es eso cierto?
-
Pues no. Eran ellos los que mantenían esas relaciones. Mi marido era bisexual.
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-
¿Qué haces aquí? La policía te está investigando y yo no quiero tener nada en
ese asunto. ¡Vete y no vuelvas! Nada quiero saber ya de ti.
- ¿Cómo dices? ¿Que me vaya? ¿Después de
librarte de ese energúmeno drogadicto? ¿No era a mí a quien querías, y a él al
que odiabas? ¿No fuiste tú la insinuante provocadora?
-
Lo nuestro fue solo una aventura de la que estoy pesarosa.
-
¿Aventura? ¿Llamas aventura a engañar a mi amigo, y a la planificación de su asesinato? Me
enredaste con tus besos, con tu cuerpo, me convertiste en ladrón y asesino y, ¿quieres que me vaya sin más?
Te he cogido en un renuncio; ¿a que viene esa patochada de que Jesús y yo teníamos un lío? ¡querías incriminarme¡ Así, libre de sospecha, te quedabas sola. Eso era lo que querías desde el principio. ¡No mereces vivir! Aunque me pudra en la cárcel,
te voy a retorcer el cuello, ¡mala pécora!