Tuve un compañero de trabajo, con el que
trabé una buena amistad. Era hombre de convicciones firmes, que como en
cualquiera persona, unas eran acertadas y otras algo menos, pues nadie en este
mundo está en posesión de la verdad ciento por ciento. Era él, como buen
matemático, de verdades objetivas, es decir; demostrables, lo que no quiere
decir, que en ocasiones no fuera un tanto subjetivo, pues se quiera o no, a
veces se dejaba llevar por los sentimientos.
Hijo de un carnicero, preso durante la
guerra por supuestos fraudes en la venta de carne, y muerto en extrañas
circunstancias, estudió Perito Industrial con gran esfuerzo; trabajando a la
vez que estudiaba con gran aprovechamiento.
Siempre estuvo en contra de aquellos a los
que culpaba, sin embargo, a pesar del rencor que pudiera guardar dentro de sí,
jamás hablaba de ello, más hay ocasiones en que sin hablar, se demuestra por
medio de actitudes la disposición del ánimo. Y ese ánimo contamina a los que están
cerca, sin darse cuenta hasta que ya es tarde.
Juaco tenía un hijo y una hija. El chico,
mal entendedor de la filosofía del padre, le salió admirador de Mussolini,
anduvo metido en una organización fascista de la que a duras penas logró
sacarlo. La hija por el contrario, se unió a un hippie existencialista de
largas rastas con el que acudía a manifestaciones de todo tipo, incluso a
aquellas en que los polis daba palos, o quizá por ello, en defensa de la paz,
armonía y amor.
Jefe de la Oficina Técnica de una gran
empresa, era feliz con su trabajo, pero disgustado con el sueldo por
comparación. De este malestar, tenía culpa la empresa, pero más que nadie los
sindicatos, que mirando más por el trabajador manual que por el técnico, pedían
aumentos en cada convenio para la "clase trabajadora", olvidando que
todos, sean técnicos, analistas, administrativos u operarios, son trabajadores.
Juaco, se ponía enfermo cada vez que se
discutía el convenio. La empresa ponía encima de la mesa tantos millones, y el
comité de sindicalistas los repartían. Como quiera que esa "clase
trabajadora" estaba a turnos, primaban esa particularidad, llegando a
doblar un peón el sueldo de los que trabajaban a jornada normal.
Mi amigo reunió a aquellos que como él se
sentían menospreciados, para pedir al director, que les dejase fuera del
convenio, negociando con ellos los salarios. Pero, a sabiendas de lo que
ocurría no aceptó. Los obreros eran cinco veces más que los técnicos y no se
iba a arriesgar a una huelga.
Los dos bandos, discutieron lo suyo, hasta
que calientes los ánimos, alguien, conocedor de los pasos del hijo, llamó facha
a Juaco y por extensión a todo el grupo, únicamente por ser lo que eran, y
reclamaban lo que creían les pertenecía. Casi se llega a las manos ante tamaño
insulto, comprendiendo el comité de empresa que había llegado demasiado lejos,
que los que reclamaban justicia, no eran fachas por el mero hecho de estar
estudiados. A partir de aquella fecha, los siguientes convenios se firmaron a
igual porcentaje para todos. Aquello, que parecía equitativo, no lo era, pues
la curva salarial ya no existía; prácticamente cobraban todos igual, cosa
inverosímil.
Los técnicos y administrativos, con Juaco
a la cabeza, pidieron esta vez al director pasar a turnos con categoría de
peones, y que en su puesto colocase a "quienes tuviera a bien". A sueldos
iguales, preferían trabajar sin responsabilidades, sin quebraderos de cabeza y
sin tener que dar órdenes. ¡Que otros hicieran los cálculos, programaran,
pensaran y resolvieran!
El director reconoció la desigualdad
social en que la empresa había incurrido, les fue con aquellas quejas a los
socios y dueños, que ni cortos ni perezosos lo pusieron de patitas en la calle.
Él había sido el único culpable de aquella degradación, ocupado únicamente en
que la producción aumentase año tras año.
Durante los dos años
siguientes, los salarios de los reclamantes aumentaron, mientras que los de los
obreros quedaron congelados. Los jerifaltes de los sindicatos, que habían
permanecido sordos y ciegos, les leyeron la cartilla a sus subordinados del
comité, y la paz social se restauró con el nuevo director.
Murió Juaco un año después de
estos sucesos, corroído por un cáncer de hígado. La iglesia donde se celebró el
funeral, estaba llena a rebosar, y entre los corrillos formados a la puerta,
solo se escuchaba cuánto sabía, y la rectitud con la que había obrado siempre.
¡A burro muerto, la cebada al rabo!
2 comentarios:
Me parece muy injusto que un trabajador con más responsabilidad en su cargo, tenga el mismo salario al que lo único que tiene que hacer es trabajar sin preocuparse de nada.
No se hasta que punto el sindicato es justo, pero creo que también trabaja a conveniencia suya, como se ha visto de algunos dirigentes…
Una buena historia en la que al final se ve lo que sucede siempre que alguien muere… Muy bueno el refrán.
Siempre un placer tus historias Alfredo.
Un abrazo.
.
Elda.
Injusticias hay en todas partes, no obstante esto es un cuento y siempre se cargan un poco las tintas.
Casi todos en este mundo procuran/mos arrimar el ascua a nuestra sardina.
Gracias Elda.
Salu2.
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