Tenía Don Genaro una
hija llamada Ernisenda. Pequeña, delgaducha, pero de belleza extraordinaria y que era
el ojito derecho de su padre. Claro está, que no tenía otros hijos. Cuando
cumplió los catorce años, su padre le dijo...
- Oye, Erni, el conde Don
Alonso te quiere tomar por esposa. Dime lo que opinas.
- ¿Sinceramente?
- Sí, claro. Sabes que
tu opinión cuenta para mí.
- Padre, tiene casi cincuenta años, es más grande y peludo que un oso grande, demasiado aventurado
en la batalla, pobre como una rata y nadie le ha querido para marido a pesar de
ser conde. Dime tú lo que encuentras a su favor.
- No niego lo que dices
hija, más yo me honro con su amistad. Es cierta su pobreza, pero, ¿acaso no
tengo yo para ambos? Mi herencia será tuya, la suya también. Serás condesa, y
dado su carácter bonachón, tú serás quien ordene y mande. No es ningún
petimetre, es jovial, afable y seguro que te respetará. Si no ha encontrado
mujer no será porque no le han buscado, pero él siempre ha huido de las
lagartonas que solamente querían mudar de posición.
- Ya veo padre que
estáis muy en sintonía, dejaré que me corteje, pero si en tres meses no siento
algo especial, lo rechazaré.
Y don Alonso comenzó a
tener apartes con Ernisenda, aunque siempre ante la presencia de su aya. El día
en que se cumplía el tercero de sus vistas, Alonso llegó con la pelambrera
recortada, desaparecidas las hirsutas barbas, y un presente.
- Sabes que mi hacienda
no es la cuarta parte de la de tu padre Erni, por ello te voy a regalar
algo que tengo en gran estima pues perteneció a mi madre, y que es de lo poco
que me queda.
Eso dijo, entregándole
un brazalete de plata con algunos zafiros azules incrustados y un tanto opacos
por el uso.
- ¿Y cuál es el motivo?
- Que llevamos tres
días hablando y parece que el estrecho sendero para llegar a tu corazón ya nota
alguna pisada. Espero que en breve tiempo se ensanche, que desaparezcan los
abrojos y en su lugar florezca la perfumada madreselva.
A la niña le agradó el
regalo y la plática. Se dio cuenta de que en verdad la amaba, que no era el
suyo simple deseo, y comenzó a verlo con esa aureola resplandeciente que
ilumina a los elegidos.
Don Alonso, aficionado
a la cetrería, puso en sus manos "El libro de la caza" de Don Juan
Manuel, príncipe de Villena, donde describe la fauna y la caza con halcones.
Ella lo leyó una y otra vez hasta entrar en gana de poner en práctica aquellas
enseñanzas. Pero aún faltaba tiempo para ello.
Alonso le preguntó qué rapaz le gustaría manejar; de alto o de bajo vuelo, pues sabido es, que para
cada tipo de presa hay un tipo de rapaz. A Erni le gustaba el halcón, aunque
Alonso le recomendó el azor para empezar.
- El halcón - le dijo-
se utiliza para la caza de alto vuelo; palomas, garzas, patos... Hay que
adiestrar al pájaro, amansarlo para que no desconfíe, que tenga mucha
contacto humano y se acostumbre a nuestros ruidos y movimientos. Hay que enseñarlo
a volar, que se ponga fuerte y musculoso con una alimentación regular y
controlando su peso. Por último, enseñarle a cazar para lo que se utiliza un
señuelo. El azor sin embargo se utiliza
para el bajo vuelo, para cazar conejos y liebres, aunque no por ello desprecian
cualquier presa del bosque.
Se pasaban las horas
juntos criando y adiestrando los pollos, de vez en cuando, paseos a caballo por
la orilla del río hasta la charca de Las Arenas por ver si había patos, viendo
a los colonos en sus rutinarias labores, y acudiendo a alguna justa o torneo
donde él participaba. Llegó el plazo que le diera a su padre, y fiel a su
palabra, le comunicó su decisión.
- Padre, aunque tengo
dudas, me casaré con Alonso.
Hubo grande fiesta en
aquella boda desigual, y Ernisenda, la que poco tiempo atrás pensara que aquel rudo
hombre no la iba a hacer feliz, había cambiado totalmente de opinión. Y es que
la felicidad es como un buen pan colgado de un fino cordel en medio de un corro
de hambrientos. Ella se llevó un buen trozo, cinco años después, cinco hijos
tenían. Más, mientras ella cada vez estaba más hermosa, aquel oso grande empezó a padecer de tercianas, se fue quedando flaco,
descolorido y falto de vigor.
Ernisenda no acertaba a sanarlo. Los remedios que los entendidos daban, de poco servían; unos días parecía que mejoraba, para caer de nuevo en aquellas fiebres del demonio. Cuando las fiebres venían, desnudo lo ponía sobre el frío suelo, tapaba sus vergüenzas con una sábana, y se tumbaba a su lado poniéndole compresas. Un médico aseguró que para las tercianas era un buen antídoto la sangre menstrual, y ponía todo el énfasis de hombre leído, en los escritos de Plinio el Viejo, y más recientemente de Agrippa de Nettesheim.
Ernisenda no acertaba a sanarlo. Los remedios que los entendidos daban, de poco servían; unos días parecía que mejoraba, para caer de nuevo en aquellas fiebres del demonio. Cuando las fiebres venían, desnudo lo ponía sobre el frío suelo, tapaba sus vergüenzas con una sábana, y se tumbaba a su lado poniéndole compresas. Un médico aseguró que para las tercianas era un buen antídoto la sangre menstrual, y ponía todo el énfasis de hombre leído, en los escritos de Plinio el Viejo, y más recientemente de Agrippa de Nettesheim.
A pesar de la prevención
con que Ernisenda tomó aquella receta, buscó una impúber, para que cuando
tuviera su primera regla, la madre recogiera aquella sangre y dársela a su
marido. De nada sirvió, salvo para la comidilla del pueblo durante un
tiempo. Todo se acalló el día en que Alonso, aquel fornido hombretón venido a
menos, murió.
Amargamente lloró
Ernisenda a su marido el Conde, y a pesar de que la rondaron muchos caballeros,
solamente tenía veintidós años, ella permaneció fiel al recuerdo de aquel que
la había enamorado. Mantuvo sus pájaros y con ellos salía a cazar, pero ya no
volvió a criar.
Bastantes años después,
cuando ya varias generaciones habían
pasado, la ciencia descubrió que un minúsculo bichito; la hembra de un mosquito,
era la causante de las fiebres. Si a Ernisenda le hubieran dicho, que aquella
charca donde iban a cazar patos causaría la muerte de Alonso, no lo hubiera
creído.
8 comentarios:
Que cuento más bonito Alfredo, me ha mantenido interesada desde el principio al final.
Siempre me sorprende lo bien documentado que estás, en este caso con las características del halcón.
Me ha encantado el párrafo que va después del regalo del brazalete, lo que Alonso le dice a ella cuando se lo da.
Visto está que las apariencias suelen engañar; un hombre fornido y de aspecto rudo y sin embargo bueno y amable.
Me ha gustado mucho.
Un abrazo.
Elda.
El ver los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente de algo había de servir.
No lo puedes remediar; romántica perdida. Creo sin embargo que el del pan no está mal, todos estamos hambrientos de felicidad, unos alcanzan un poquito y otros el pan entero. También los hay que se quedan sin nada.
Muchas gracias por leerlo.
Salu2.
Un bonito cuento que mantiene el interes hasta el final.
Un cálido abrazo Alfredo
Sneider C.
Muchas gracias por pasarte.
Salu2.
Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!
Me ha encantado! lástima que no hubo final feliz....como la vida misma.
Saludos =))))
Muy bonito cuento, al que yo le añadiría como moraleja: "Sorpresas te da la vida".
Un abrazo.
Liliana.
Me alegra que te haya gustado.
Creo que valen más unos pocos años de felicidad, que toda una vida soportándose.
Gracias Liliana.
Salu2.
Manuel.
Gracias Manuel por pasarte.
Yo creo que la sorpresa está en que un hombre de tantos años, por muy bien que los lleve, sea capaz de conquistar a una chiquilla. Claro está, que en aquellos tiempos era bastante usual.
Salu2.
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